Reseña: La chica de la aguja: un retrato oscuro acerca de la decisión de ser madre
Por Orianna Paz
Si bien la filmografía del cineasta sueco Magnus Von Horn es escasa con apenas tres películas en su haber, todas ellas han competido en Cannes y recolectado más de una decena de premios en los festivales de cine más importantes a nivel mundial.
La chica de la aguja (Dinamarca-Polonia-Suecia, 2024), su tercer largometraje, no ha sido la excepción y además de haber tenido presencia en el prestigiado festival francés, así como en numerosos encuentros cinematográficos, lo ha catapultado a nuevas alturas en su carrera con las nominaciones al Globo de Oro y al Óscar a Mejor Película Internacional, en representación de Dinamarca.
No es una sorpresa ya que estamos ante una obra autoral muy consistente tanto en la estremecedora y siniestra historia que narra como en la belleza melancólica de su fotografía en blanco y negro a cargo del talentoso cinefotógrafo polaco Michal Dymek, con quien Von Horn ya había trabajado en su filme previo, Sweat (2020).
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Inspirada en una serie de crímenes reales cometidos en Copenhague durante los primeros años después de la Primera Guerra Mundial, Von Horn, retrata sin concesiones ni medias tintas la dureza de la vida en aquel entonces, la más cruel y profunda miseria, la tremenda hambruna y condiciones deplorables en las que vivían miles de personas en aquella época, en la piel de su protagonista, Karoline, una mujer joven que tras aparentemente perder a su marido en el frente apenas tiene para vivir.
Al quedar embarazada de Jorgen, el dueño de la fábrica textil en la que trabaja, Karoline se ilusiona con la posibilidad de una vida mejor, no obstante, termina en la calle, preñada y sin trabajo.
Como si los problemas de Karoline no fueran suficientes, su marido, al que creía muerto, aparece ante ella con el rostro completamente desfigurado. Desesperada, Karoline decide abortar con una aguja, poniendo en riesgo su vida, como desafortunadamente lo siguen haciendo muchas mujeres en la actualidad en países donde no está permitido el aborto. Y es en ese preciso momento, que como si se tratase de un ángel o un demonio (según se vea), una mujer, Dagmar, llega a ayudarla, persuadiéndola de abortar y ofreciéndole hacerse cargo de colocar a su bebé con una buena familia.
Una vez que su bebé nace, Karoline lo lleva con Dagmar, sin embargo, le cuesta separarse y una vez que lo ha hecho, la atormenta la duda de qué habrá sido del destino de su bebé, por lo que se ofrece a trabajar con Dagmar en el negocio, porque finalmente se trata de un negocio. Las mujeres acuden a Dagmar para que se lleve a sus bebés, pero deben pagar una suma de dinero por el servicio.
Con el paso del tiempo, la convivencia y el “trabajo”, ambas mujeres tejerán una relación enferma, retorcida y codependiente con consecuencias muy funestas.
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Von Horn ficciona de manera muy convincente la serie de asesinatos de bebés que cometió Dagmar Overbye entre 1918 y 1919 a través de una atmósfera asfixiante, opresiva, lúgubre y sórdida, que refleja sin un atisbo de luz los estragos del capitalismo en una sociedad decadente, podrida y en la que reina la doble moral, al tiempo que pone sobre la mesa la discusión de un tema que aún sigue siendo polémico: el aborto y el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, así como el mercantilismo infantil.
Uno de los elementos fundamentales del filme es la fotografía de Dymek, que captura escenarios que de tanto en tanto reflejan una estética expresionista y otras veces surrealista, con contrastes muy saturados que van muy acorde con el mundo hostil, cruel y oscuro que experimenta la protagonista.
Asimismo, la música de la compositora Frederikke Hoffmeier, con sonidos experimentales y distorsionados que construyen un paisaje sonoro inquietante, contribuyen a la atmósfera lúgubre y sórdida de la película.
Las actuaciones de ambas protagonistas, Vic Carmen Sonne, como Karoline y la veterana actriz danesa Trine Dyrholm, como la espeluznante pero muy vulnerable Dagmar, son sobresalientes y logran transmitir tanto su fortaleza como su desamparo como mujeres en una sociedad que las subyuga y las condena.
La chica de la aguja es una de esas películas que pone el dedo en la llaga al cuestionar la hipocresía y la doble moral de una sociedad patriarcal en la que los derechos de las mujeres y sus libertades siempre han sido pisoteados y que invita a la reflexión en el espectador que se quedará con ella en mente mucho después de haberla visto.
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